El odio y los delitos de odio desde el punto de vista antropológico

Enrique Baca

El presente trabajo intenta establecer un marco general para una adecuada comprensión del fenómeno del odio social y su materialización bajo la forma de los llamados delitos de odio.

Se ha adoptado para ello la forma aforística que permite centrar operativamente las de niciones y hacer un abordaje lo más preciso posible de los mecanismos subyacentes a los procesos descritos, evitando el discurso literario.

Como preludio se ha considerado necesario partir de unas de niciones básicas (que implican un recordatorio lingüístico) y de unas breves consideraciones sobre los procesos de conceptualización implicados.

Son estas:

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En español el término odio (del latín odium: aversión, horror, disgusto, repugnancia) tiene una correspondencia, incluso más usada en el lenguaje habitual, que es aborrecimiento (del latín abhosrrecere: miedo, asco o repugnancia a algo, que nos hace alejarnos de ello).

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El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) define el odio como Antipatía o aversión hacia alguien cuyo mal se desea. Introduce así un elemento que debe tenerse en cuenta: no esl a simple repugnancia o rechazo, sino que incorpora una actitud (que puede quedar solo en el simple deso y nunca pasar al acto) de “desear (causar) mal” a la persona odiada. Esta acepción expresa no se encuentra en los téminos para definir el odio en otros lenguajes europeos.

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La nota distintiva del término español odio es el deseo de mal o daño hacia el odiado. El odio se puede mover, en consecuencia, tanto a nivel de sentimiento como de conducta (potenccial o ejercida).

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El conocimiento humano (que ha de ser dintinguido cuidadosamente de la opiniones y de las creencias) se basa en los siguientes extremos:

a) La explicación como forma racional de aprehensión de una realidad; la explicación busca relaciones de causalidad entre dos hechos o circunstanciass.

b) La comprensión como forma vivencial de aprehensión de una realidad; la comprensión busca relaciones de sentido entre hechos o circunstancias.

c) La justificación como forma moral de aprehender una realidad. La justificación busca calificar como “buena” o “mala” una realidad y, por tanto, hacerla moralmente aceptable o rechazable.

d) La legalización como forma de hacer lícita una realidad. La Ley siempre supone una norma de obligado cumplimiento en el ámbito de su aplicación.

También resulta falaz la apreciación, “no existe el derecho a no ser ofendido”, y realizar una defensa ilimitada de la libertad de expresión para insultar, ofender y amenazar, en clara apertura a posibles vejaciones, humillaciones y otros daños a la dignidad humana. Así lo evidenciaron sentencias como la del Tribunal Constitucional español de 22.7.2015 “La libertad de expresión no es, en suma, un derecho fundamental absoluto e ilimitado, sino que tiene lógicamente, como todos los demás, sus límites, de manera que cualquier expresión no merece, por el simple hecho de serlo, protección constitucional, toda vez que el art. 20.1 a) CE “no reconoce un pretendido derecho al insulto” (SSTC 29/2009; 77/2009 y 50/2010).

La libertad de expresión no puede ofrecer cobertura al discurso y al delito de odio. Ni las fobias, ni la praxis de intolerancia pueden vulnerar derechos. No cabe el racismo, ni tampoco el odio ideológico, no cabe la xenofobia, ni tampoco la intolerancia religiosa, no cabe la homofobia, pero tampoco la misoginia, no cabe el etnocentrismo pero tampoco el agresivo nacionalismo, …no cabe el odio basado en la intolerancia al diferente, ni tampoco la transigencia con la intolerancia criminal.

La legalización de una realidad invita a su aceptación social

Son momentos cognitivo/racionales de este proceso la explicación, la comprensión y la legalización. Son momentos morales de este proceso la justi cación y la legitimización.

Pero es preciso tener muy en cuenta que:

La legalización de una realidad invita a su aceptación social

Son momentos cognitivo/racionales de este proceso la explicación, la comprensión y la legalización. Son momentos morales de este proceso la justi cación y la legitimización.

Pero es preciso tener muy en cuenta que:

a) La explicación y comprensión de una realidad no implican su justi cación. El conocer cuáles son los mecanismos causales y/o el conocer cuáles son los mecanismos vivenciales (afectivos y cognitivos) que sustentan un hecho, no implica que, automáticamente, se pueda considerar tal hecho como moralmente positivo
(ni tampoco negativo).

b) La legalización de una realidad invita a su aceptación social. La ley ejerce, de facto, un importante in ujo en la consideración de los sujetos que están sometidos a ellas. Pero no excluye, en modo alguno, su trasgresión.

c) La legalización no implica la legitimidad. La legitimidad es un acto de atribución moral que se hace a nivel individual y que se puede extender socialmente. Pero esa atribución moral no necesariamente coincide con la ley positiva (legalidad). Así, pues, la ley puede ser contestada por individuos o grupos aduciendo razones morales, al margen de su e cacia coactiva.

d) Por tanto la legitimidad de una realidad proviene de su justi cación y supone su aceptación moral.

Consideramos estas consideraciones pertinentes a la hora de aproximarnos racionalmente a hechos como son la libertad de expresión, los discursos del odio, la construcción del enemigo e, incluso, el fenómeno terrorista.

De todos ellos se tratará a continuación.

El odio como dinámica interpersonal y el odio como fenómeno social
a) El odio como dinámica interpersonal
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El odio que se despierta en el individuo es una forma (sea cual fuere la calificación moral que le demos) de relación interpersonal negativa.

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Se le puede calificar de negativa en la medida que no se promueve la comunicación, sino que tiende a impedirla.

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Llamamos por tanto “odio personal” a aquel que se despierta en un sujeto hacia otro sujeto concreto.

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El odio personal es, por tanto, un sentimiento (potencialmente derivable en conducta) que se dirige a un sujeto concreto e identificado por el sujeto que odia. El odio personal nunca es anónimo.

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En la génesis del odio personal se pueden identificar diversos factores causales, que pueden explicar y hacer comprensible la dinámica del que odia. Es decir, en el odio personal siempre hay un rastro generador en la biografía del sujeto que odia.

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El odio personal muy rara vez es un constructo social.

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En este trabajo no nos ocupamos de la génesis y dinámica del odio personal.

b) El odio como dinámica interpersonal
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Llamamos “odio social” a las actitudes y conductas que rechazan y desean (u ocasionan) daños a personas en la medida que éstas forman parte de colectivos específicamente definidos.

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Aunque el odio social se dirige hacia colectivos, se ejerce sobre los individuos de dichos colectivos, al margen de la personalidad, vida y conducta de los mismos.

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El odio social, por tanto, materializa sus efectos en las personas que forman parte de los colectivos.

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El odio social no está, como decimos, fundamentado en hechos o acontecimientos específicos de los individuos que odian, ni de los individuos que resultan odiados. Su fundamento es una imagen global del colectivo odiado construida socialmente.

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El odio social es siempre un odio producido por mecanismos y procesos de construcción social.

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En el origen del odio social (que es también el origen del proceso de su construcción) se pueden rastrear múltiples circunstancias. La historia nos enseña que el odio social ya construido puede tener su origen en la tradición ligada muchas veces a las creencias religiosas, en la literatura política de uno o varios autores confluyentes y en la agitación y propaganda de determinadas ideologías.

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Es un trabajo pendiente el estudio minucioso y monográfico (descriptivo, explicativo y comprensivo) de la génesis de los odios sociales relevantes en nuestro tiempo. Ejemplos como la polarización salafista, el racismo anti-gitano, el rechazo del inmigrante o determinados nacionalismos, son campos necesitados de investigación diferencial. Pero no son los únicos.

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Es preciso tener claro que los mecanismos del odio personal y del odio social no son accesibles al conocimiento serio si no se particularizan y se estudian específicamente. Muchas veces la prisa por establecer mecanismos generales hace que se pierda | fundamentación sólida en aras de aproximaciones más superficiales.

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Esto hace que cuando se detecta un proceso de construcción, propagación y difusión de actitudes de odio, debamos acotarlo y estudiarlo en sus rasgos propios.

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El odio social es, asimismo, la resultante final del otro proceso previo: la construcción del enemigo.

El odio social es, asimismo, la resultante final del otro proceso previo: la construcción del enemigo.
a) La construcción del enemigo

Es clásica la distinción entre enemigo y adversario (hostis e inimicus). El enemigo se distingue del adversario por dos rasgos claros: a) la persistencia o no de canales de comunicación abiertos y b) la finalidad última de la confrontación.

El odio personal nunca es anónimo

Es clásica la distinción entre enemigo y adversario (hostis e inimicus). El enemigo se distingue del adversario por dos rasgos claros: a) la persistencia o no de canales de comunicación abiertos y b) la finalidad última de la confrontación.

El odio personal nunca es anónimo

Con el adversario la posibilidad de comunicación existe y la finalidad última de la confrontación estriba en ganar (o convencer) al otro, pero no en destruirlo. Con el enemigo la posibilidad de comunicación está cerrada y la finalidad de la confrontación es, además de vencer, destruir al otro.

Socialmente no hay enemigos “naturales”. Todos los enemigos son construcciones y, precisamente por que son construidos, devienen reales.

El proceso de construcción del enemigo es complejo y supone una progresiva y deliberada “deshumanización” del otro, de forma que se le acabe desposeyendo de cualquier rasgo o característica humana.

En este sentido el proceso de construcción del enemigo es una planificada y deliberada manera de eliminar la humanidad del otro, reduciéndola y convirtiendo indiferenciadamente a los colectivos designados como enemigos en seres que, paradójicamente, son inferiores, bestiales, peligrosos y agresores al tiempo.

Esto conduce a otro rasgo paradójico de la construcción del enemigo. Siempre se hace desde posiciones de victimismo, en las que la deshumanización del otro está justificada por su condición de agresor, potencial o real, de “los míos”. Por eso el enemigo construido es siempre considerado un peligro inminente, y la acción destructora, que se despliega contra él, como una legítima defensa.

Con el adversario la posibilidad de comunicación existe y la finalidad última de la confrontación estriba en ganar (o convencer) al otro, pero no en destruirlo. Con el enemigo la posibilidad de comunicación está cerrada y la finalidad de la confrontación es, además de vencer, destruir al otro.

Socialmente no hay enemigos “naturales”. Todos los enemigos son construcciones y, precisamente por que son construidos, devienen reales.

El proceso de construcción del enemigo es complejo y supone una progresiva y deliberada “deshumanización” del otro, de forma que se le acabe desposeyendo de cualquier rasgo o característica humana.

En este sentido el proceso de construcción del enemigo es una planificada y deliberada manera de eliminar la humanidad del otro, reduciéndola y convirtiendo indiferenciadamente a los colectivos designados como enemigos en seres que, paradójicamente, son inferiores, bestiales, peligrosos y agresores al tiempo.

Esto conduce a otro rasgo paradójico de la construcción del enemigo. Siempre se hace desde posiciones de victimismo, en las que la deshumanización del otro está justificada por su condición de agresor, potencial o real, de “los míos”. Por eso el enemigo construido es siempre considerado un peligro inminente, y la acción destructora, que se despliega contra él, como una legítima defensa.

Recalcamos este hecho: todo el que participa del odio social a un grupo determinado como consecuencia de haber construido un enemigo, se considera, de alguna manera, víctima de ese grupo.

La construcción del enemigo es un procedimiento esencialmente lingüístico. En la construcción del enemigo (al igual que en la construcción del aliado) el lenguaje es determinante.

Por eso una de las constantes características de la construcción del enemigo es

su denominación peyorativa y degradante (cucarachas, monos amarillos, diablosblancos, subhumanos, bestias taradas, raza inferior, pueblos degenerados, perros, etc).

La primera batalla que los “constructores de enemigo” intentan ganar (y generalmente ganan) es la batalla del lenguaje.

Las formas habituales de la construcción del enemigo desembocan y se plasman en dos fenómenos históricos bien conocidos: a) la guerra; b) la violencia política.

Aunque el odio social se dirige hacia colectivos, se ejerce sobre los individuos de dichos colectivos, al margen de su personalidad, vida o conducta

En la guerra el enemigo se concretará explícitamente y su destrucción se eleva a la categoría de bien imprescindible para cada uno de los contendientes. También en la guerra de total comunicación con el enemigo se considerá un requisito de obligado cumplimiento y su vulneración se castigará con penas graves.

Fuera de la situación de guerra “normalizada” la materialización de las consecuencias de la construcción del enemigo se ve claramnete en la violencia política.

b) La violencia política

Entendemos por violencia política (y, en un paso más allá, por violencia revolucionaria) aquella que presumiblemente nace de un deseo de cambiar un sistema percibido como opresor y lo alienante) en el que toda posibilidad de comunicación entre los que pretenden cambiarlo y los que pretenden conservarlo se considera como inviable por los primeros. La violencia política surge siempre de la construcción del enemigo. Eso significa que para que la violencia política sea viable ha de estar precedida por una paciente ( a veces muy lenta) y, sobre todo, efectiva contrucción social del enemigo.

El enemigo político (no así el adversario) es siempre un objetivo que destruir y toda comunicación con él es, no solamente estéril sino básicamente perjudicial y constituye una traición. Una forma extrema de violencia política es el terrorismo. En el terrorismo confluyen dos tipos cercanos, aunque distinguibles, de violencia política: a) la que pretende el cambio de sistema al que se ataca y b) formas operativas de guerra no convencional que, aunque en último término pretendan lo mismo, centran su actividad inmediata en el daño al enemigo designado, al margen de la efectividad transformadora de dicho daño.

c) Los relatos de odio

Una de las formas eficaces para la construcción del enemigo, que soporta a su vez la violencia política, es la generación de relatos o narrativas de odio.

La confección de relatos de odio se basa la mayoría de las veces en el fundamentalismo de los que los proponen. Los relatos de odio tienen una misión tremendamente eficaz: reclutar adeptos para la causa del que los elabora y publicita.

Los relatos de odio siempre parten de dos circunstancias confluyentes:

a) la concepción cerrada del mundo, b) el recurso, directo y convenientemente manipulado, de las situaciones de victimización.

Para el desarrollo del odio social son precisas, en consecuencia, dos condiciones básicas: a) una afiliación incondicional que desarrolle un claro sentimiento de pertenencia (más afectiva que cognitiva, aunque en la realidad se den mezclados ambos componentes) y b) una conciencia de perjuicio injusto e intolerable por parte del enemigo construido.

d) El papel de los fundamentalismos

El fundamentalismo es, al menos conceptualmente en sus orígenes, una forma radical de profesión de una creencia religiosa que, en muchos periodos históricos, se ha asimilado o definido con otros vocablos como dogmatismo, sectari

Pero existe también un fundamentalismo político (o ideológico no religioso) en movimientos que se postulan como oposición radical y “fundamental” ante el sistema político vigente.

El fundamentalismo es, por tanto, una posición creencial (no basada en el convencimiento racional sino en la aceptación acrítica de determinados contenidos), dogmática (es decir ceñida estrictamente a las creencias específicas tal y como son formuladas por la autoridad competente), autoritaria (en la medida que concede poder omnimodo a las cúpulas que interpretan y fijan los dogmas)totalitaria (en relación con la imposibilidad de coexistencia

con otras posiciones discrepantes o simplemente distintas) y fanática (en función de la absoluta sumisión exigida al sujeto ante el dogma y al rechazo también absoluto del “no creyente”).

Todo totalitarismo político está basado, más o menos explícitamente, en un fundamentalismo (religioso o ideológico).

La “mercancía” que ofrece y promete la conjunción entre totalitarismo y fundamentalismo no debe desdeñarse. Es la promesa de absoluta seguridad a cambio de la total enajenación de la libertad. Es decir, la anulación del riesgo mediante el sometimiento y la cesión de las decisiones a la persona o al grupo pequeño que lidera. El fundamentalismo es un componente esencial de los relatos de odio.

En conclusión, vemos pues que los relatos de odio son la resultante de un encadenamiento de fenómenos sociales, basado en ideas y posturas fundamentalistas que pueden evolucionar hacia la construcción social de enemigos definidos.

“Es la promesa de absoluta seguridadacambio de la total enajenación de la libertad”

Se puede decir por tanto que los relatos de odio se dan siempre en el marco general de la construcción del enemigo. Al mismo tiempo es una característica muy a tener en cuenta que el punto de partida de la citada construcción social del enemigo es siempre un sentimiento de victimización del cual se responsabiliza al grupo odiado. Este sentimiento se reproduce y extiende en el grupo que odia. Por eso al enemigo se le odia y se le teme. El hecho que existan o no elementos reales que hagan comprensible dicho sentimiento de victimización es irrelevante. Y en muchos casos, sobre todo en los promotores del odio, dicha victimización deriva en estricto y neto victimismo.

También postulamos que la citada construcción del enemigo está detrás de toda violencia política,

aunque puede existir construcción del enemigo y sentimientos de odio que no se materialicen en actos de conducta y, en consecuencia, que no se expresen de forma violenta. Pero son la condición necesaria y precursora de dichos actos.

Puede, por tanto, decirse que todo acto de violencia política supone la construcción del enemigo y la elaboración de un relato o narrativa de odio. Pero toda construcción del enemigo y/o relato de odio no implica necesariamente violencia política.

El ejemplo paradigmático de la culminación máxima de este proceso de eliminación de percepción de la naturaleza humana y de la concepción del otro como prójimo, se produce cuando la violencia política desemboca o se materializa en violencia terrorista.

Se puede decir por tanto que los relatos de odio se dan siempre en el marco general de la construcción del enemigo. Al mismo tiempo es una característica muy a tener en cuenta que el punto de partida de la citada construcción social del enemigo es siempre un sentimiento de victimización del cual se responsabiliza al grupo odiado. Este sentimiento se reproduce y extiende en el grupo que odia. Por eso al enemigo se le odia y se le teme. El hecho que existan o no elementos reales que hagan comprensible dicho sentimiento de victimización es irrelevante. Y en muchos casos, sobre todo en los promotores del odio, dicha victimización deriva en estricto y neto victimismo.

También postulamos que la citada construcción del enemigo está detrás de toda violencia política,

aunque puede existir construcción del enemigo y sentimientos de odio que no se materialicen en actos de conducta y, en consecuencia, que no se expresen de forma violenta. Pero son la condición necesaria y precursora de dichos actos.

Puede, por tanto, decirse que todo acto de violencia política supone la construcción del enemigo y la elaboración de un relato o narrativa de odio. Pero toda construcción del enemigo y/o relato de odio no implica necesariamente violencia política.

El ejemplo paradigmático de la culminación máxima de este proceso de eliminación de percepción de la naturaleza humana y de la concepción del otro como prójimo, se produce cuando la violencia política desemboca o se materializa en violencia terrorista.

Notas:
El antecedente de este trabajo se encuentra en la construcción del enemigo (En Baca, E y Cabanas, ML (eds) Las víctimas de la violencia Madrid Triacastela 2003). Y en: E. Baca La construcción de enemigo y otras formas de alteridad dañada, de próxima publicación.